Los documentos no nos dicen mucho de él. Sí que sabemos que
estuvo presente en el primer concilio español del que existe noticia: el de Elvira,
en Granada
(ca.306).
Prudencio
añade que era su diácono Vicente, muerto en Valencia
que le acompañó en su cautiverio hasta la ciudad del Turia durante la persecución de Diocleciano, y en donde
salvó la vida, ignoramos por qué causa concreta. Así mientras Vicente recibe el
nombre de "mártir", Valero recibe el apelativo de
"confesor" al reconocer ante los romanos su fe sin haber alcanzado el
martirio.
Después de la invasión musulmana, cuando acababa,
prácticamente, de nacer el Reino de Aragón, llegaron noticias de que se
habían descubierto sus restos en el Pirineo.
Se supuso, entonces, que el obispo había sido exiliado a aquellas tierras poco
hospitalarias. En 1050,
lo que se creyó era su cuerpo venerable fue llevado a la sede episcopal de Roda de Isábena, entonces cabeza eclesial de Aragón.
Cuando las tropas de Alfonso I y de Gastón de Bearn entraron en Zaragoza en 1118, la restauración de
la mitra cristiana exigía, casi, la presencia física de las reliquias
valerianas. El capítulo de Roda fue generoso y envió, en sucesivos momentos,
primero un brazo y, más tarde, el cráneo del obispo confesor (éste, en 1170, bajo el cetro ya de Alfonso II).
La fiesta de San Valero, patrón de Zaragoza se celebra del día
29 de enero, siendo tradicional la degustación de roscones con tal motivo, a
esta fecha alude el dicho zaragozano “San Valero, ventolero y rosconero”.
Es tradición desde hace 24 años, el reparto de un roscón
gigante en la conocida Plaza del Pilar, muy cerca de la Catedral del Salvador
de Zaragoza, popularmente conocida como la Seo, donde reposan las reliquias del
Santo Patrón . Este roscón gigante suele medir aproximadamente un kilometro de
longitud con una tonelada de peso, y se forman largas colas para degustarlo.
JLS