En el reino de la noche, los sueños y la oscuridad gobiernan el mundo y ejercen sus fuerzas sobre la naturaleza y sobre toda la realidad.
En la noche todo es distinto, a veces es justo lo contrario y opuesto a como son las cosas durante el día. Por ejemplo los árboles y el mundo vegetal, respiran al revés de cómo lo hacen durante el día, es decir, absorbiendo oxigeno y expulsando dióxido de carbono.
También nosotros, los seres humanos, o mejor dicho, nuestra conciencia, sufre una inversión radical. Si por el día las cosas son claras y nítidas, separadas unas de otras por sus propios límites, por la noche en cambio, estando dormidos, la conciencia se sumerge en niveles más profundos en los cuales no tiene –no tenemos- control sobre lo que sucede y las cosas adoptan su forma más caótica e imprevisible, siendo el reino nocturno por ello, y tradicionalmente a lo largo de todo el tiempo y el espacio universal, el mundo de la mezcla, del desorden, de lo confuso y de lo dionisiaco.
La noche, el yin o contrapunto al yang, al orden, a la claridad, al mundo apolíneo y solar en el cual gobierna la razón, la cual engaña nuestra voluntad haciéndonos creer que somos dueños de nuestros actos y proporcionándonos la falsa ilusión de que somos algo más que una mera sombra en un universo eternamente oscuro e infinitamente caótico….
Como dijo una vez un romántico, quizá Novalis: “Brillante y majestuosa es la luz, pero…He aquí que cuando aparece la luz, aparecen con ella cuatro jinetes enemigos del hombre”
“El Moratilla”