viernes, 7 de septiembre de 2012

UN SUEÑO MUY EXTRAÑO

Era como si estuviera metido en una historia de dibujos animados. Yo era lo único que tenía el aspecto físico habitual que tengo en mi vida real, pero todo lo demás eran dibujos animados de ficción, aunque en mi sueño, al menos durante una fase, todo parecía tan  normal.  No recuerdo casi nada de lo que sucedía en esta parte excepto que en un momento veo que alguien se aparta de mí debido a mi mal aliento, haciendo una mueca de asco. Sin embargo, incluso entonces, era una persona simpática y, además, era una fémina, creo que era una enfermera, quizá era la enfermera del dentista.

Todo en esta parte del sueño de dibujos animados era gracioso, todos eran simpáticos, todo era felicidad y disfrute. Sólo sé que llega un momento en el que debo salir de ahí, como si dijéramos, para hacer alguna cosa necesaria que, lógicamente no puedo realizar en ese mundo feliz e irreal de placeres y sonrisas.
Entonces es cuando empiezan los problemas. No es tan fácil salir del mundo feliz de la infancia para poder llegar a convertirse en una persona madura y adulta. Es aquí donde aparecen mis dos mejores amigos de siempre, los de mi vida real, con su físico, su apariencia y su voz tal cual es en la realidad. Recuerdo que estamos como recogiendo cosas para marcharnos en el momento que sea más idóneo. Hay alguien más por ahí, que también se prepara para salir y está muy activo, tiene un hijo de unos 10 o 12 años y siempre llega tarde a coger un teléfono que suena. Este personaje no lo identifico con ningún amigo ni conocido de mi vida real pero en el sueño hay una relación con él.
No obstante, en esta parte,  poco a poco se va haciendo cada vez más nítida la sensación de premura, de urgencia, de angustia. El tiempo pasa y se demora el momento de salir, los intentos encuentran siempre una dificultad, mis amigos, como siempre me ayudan –siempre están ahí para salvarme de las miserias, para sacarme de lo hondo del pozo más profundo. Date prisa, me dicen, y estamos ya en Zaragoza, en el Coso-Plaza España, tratamos de coger un taxi pero me quedo atrás, les digo: no puedo, no puedo.
Me despierto casi sin respiración, totalmente sofocado y angustiado. Me cuesta un rato serenarme y pensar y levantarme de la cama para tomar un poco de leche con azúcar. Poco a poco pienso en lo que me queda pendiente, en asumir ciertos límites,  etc. Hay que hacer un grandísimo esfuerzo, me decía un amigo en el sueño.
No puedo, no puedo. Pero me digo: no pierdas la esperanza. Hazlo poco a poco, inténtalo de nuevo, como si fuera un juego. Piensa que, de hecho, lo estás haciendo, lo estás consiguiendo, estás creciendo. El dolor sana, el sufrimiento cura.

                                                  Miguel, el “moratilla”.