La antesala de la muerte le llamaba.
Sobre la tumba de mi padre,
vivir o morir.
Abrumado por la locura de plata,
la luna.
Cobijado esperaba
que entrara el sol por la ventana.
Sólo quería yo poseer un amante.
El horizonte de mujer
y la carne que tienta.
Cuerpos sin naufragio
hasta el infinito.
¿Qué hora será en el tiempo de la lluvia?.
El esfuerzo de llegar en mi alma
que se incendia.
He sido historia, cuerpo en sombra.
Descenso en el amor y el vértigo.
Impotencia inútil.
El poeta se ahoga inagotable del beso.
Y el mármol cierra la vida.
Y el rocío en el clavel
debe doler mucho.
Solos tú y yo quedamos
por los rincones de la casa.
Ardías morena, caricia mojada.
Mínima entraña vida.
La sien dormida,
parados ojos que miraron.
en una pérdida sin fin.
Sombrío paraíso perdido.
Llama y abrasa mi piel
pero el viento no viene ayudarme.
El cielo raso de tantas lágrimas.
No digas adiós y te quedes
como tinta indeleble.
Las voces caen en el huracán,
en la puerta ineludible.
El fondo es una luz sin noche
que cae.
Agrupa las estrellas el cielo.
Estás sólo.
El agua despertaba
si se perdía era caduca.
Allí me imitan los valles.
Tengo sangre y miedo.
La estrofa no me deja dormir.
Estás ciego de espuma, ciego.
Ángel de alas temblantes,
lloroso entre la muerte y la vida.
Cuerpo desnudo que me oye,
cuerpo desnudo que me habita.
JOSÉ CARLOS RINCÓN SANCHO